27 ago 2011

Martinica/Martinique/Madinina

                   No deberías volver al lugar donde has sido feliz...

Como Ulises a Itaca, nunca podré devolverle a Martinica todo lo que ella me ha dado.
Esta entrada es tan solo un pequeño homenaje para la isla, donde he vivido una de las etapas más felices de mi vida; un recuerdo para los que tanto me han dado: Reyes Rodriguez Suárez, mi vieja amiga, siempre dispuesta a recibirme y a construir conmigo sueños irrealizables. A Israel Prieto y a Enmanuel, con los que compartí la vida cotidiana de una casa llena de vida; noches de historias y la clases de piano de los sábados... A Didier Leprince, que puso a mi disposición su amistad y todos sus medios materiales, para realizar un trabajo que conservo como un tesoro y nunca vio la luz por esas circunstancias imprevistas de la vida; a su casa de la colina y sus gatos, a los días de navegación por el infinito Caribe donde conocí Loup Garou, la isla del Petit Prince, secreto de secretos. A Reyes, siempre a Reyes a pesar de que Oceanis nos unió y separó, siempre un hilo de amistad volará desde nuestra tierra hasta allende los mares, pasando por nuestro querido París, para que un brindis esté esperándonos, el día que la vida nos deje. Nunca os olvidaré.




Martinica, Madinina para los nativos, navega en el centro de una gran arco de pequeñas islas que se extienden desde Puerto Rico hasta Venezuela, conocidas como "las pequeñas antillas". Territorio de Ultramar de Francia, esconde fantásticos paisajes, lejos de los centros turísticos y de su estridente y calurosa capital, Fort de France.
A pesar de su pequeña superficie, supera en poco los mil kilómetros cuadrados, Martinica cuenta con tres tipos de paisajes muy diferentes entre sí:
El norte está dominado por el volcán Mont Pelé o Montagne Pelée, el cual arrasó a principios del siglo XX a la que por entonces era la capital de la isla, la maravillosa St. Pierre. Hoy en día los restos de la tragedia aún pueden verse tal y como sucedieron; el abandono de esta fantástica ciudad no sería posible si estuviera ubicada más cerca de la poderosa "metrópoli".
Al volcán, le acompaña la selva tropical (donde viven especies como la caoba) la cual impide la comunicación entre el noroeste y nordeste de la isla por tierra. La carretera de la costa noroeste, en muchos casos sinuosa y estrecha, finaliza en la playa de Anse Coulebre, compuesta por oscuras arenas volcánica; a partir de este punto no podremos alcanzar por carretera la ciudad más norteña de la isla, Grand Riviere, habrá que retroceder y superar el territorio ocupado por el volcán para atravesar la isla hacia el este. 
En el sendero de la selva tropical,  vi una de las arañas más grandes de mi vida, cuya tela ocupaba todo lo ancho del camino peatonal que circunda este espacio salvaje e infranqueable.
El centro de la isla es el reino de los "morne", colinas que ocupan el centro insular, ascendiendo y descendiendo en vertiginosas o más suaves pendientes, dando origen a numerosos toponómicos de pueblos y lugares como "Morne Rouge",  "Le Gros-Morne", "Le Morne Vert", etc.
Si de por sí, estos dos grandes paisajes ya serían más que suficientes para hacer de Martinica una isla apasionante, el sur no quiso ser menos y se erigió en el reino de la sabana de petrificación y de las grandes playas de arenas doradas bordeadas por cocoteros y senderos que bordean la costa, atravesando playas y más playas salvajes, integradas dentro una Reserva Natural, radicalmente diferente al norte, como si de una competencia de belleza se tratase.

Amanecer desde Ti Paradis, en las proximidades de Ste. Lucie en el sur de la isla.

Martinica está llena de veleros que atraviesan el océano desde Bretaña para pasar en el Caribe un tiempo sabático. Incluso familias enteras, dejan sus trabajos y cumplen el sueño que les ofrece el mar de los piratas. Algunos nunca volverán después de conocer otro tipo de vida...


El puerto de Le Marin, al sur de la isla, sirve de recalada a un sinfin de embarcaciones que en épocas ciclónicas tendrán que resguardarse entre los manglares si quieren resistir los fuertes huracanes que en ocasiones castigan la isla.


La playa de Sante Anne con la la Roca del Diamante al fondo, codiciada en otros tiempos por todo pirata que se preciara de dominar el Caribe.



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